viernes, 27 de abril de 2012

El vuelo de los pájaros (trilogía)

La mirada de los dioses.



PREÁMBULO




     En los preliminares de la tormenta, el redoble de truenos anunciaba que una tempestad se avecinaba. El cielo encapotado se iluminó a golpe de estruendo y los relámpagos dibujaron figuras ramificadas en el horizonte. Comenzó entonces la lluvia a caer con fuerza torrencial y transformó al agua que manaba mansamente en violentos torrentes.
     Aquella tarde, a la hora en que el crepúsculo trae la noche,
Alexandra, que se encontraba en el octavo mes de gestación, creyó sentir señales del parto. Sumida en el temor de la madre primeriza, su primer impulso fue llamar al médico. 
    Al otro lado del hilo telefónico el doctor trató de tranquilizarla, tirando del ritual de los consejos, a fin de que ella misma se buscase la calma, que encontraría poniendo en práctica las técnicas de respiración ya aprendidas con antelación en las sesiones de preparación llevadas a cabo en su consulta. Notándola insegura en las descripciones y no siendo ella capaz de explicarse mejor, añadió que no podría ser otra cosa que una falsa alarma, ya que, examinadas las anotaciones del seguimiento, nada le hacía contemplar lo contrario, y lo achacó a los nervios del momento. No obstante, viendo que Alexandra no encontraba alivio en sus palabras, quizás porque recordase de pronto lo bien que le pagaba, o puede que ser la esposa de su paciente más reputado, el Sr. Hermes, pesase tanto como lo anterior, el caso es que de repente ya no le importunó salir en aquella noche de perros y le informó que de inmediato se ponía en camino, haciéndole saber que no tardaría mucho en llegar.
     Quisieron los derroteros de las circunstancias extrañas, solo entendidas a ojos de la casualidad, que se desencadenaran escenas apocalípticas. Fue así que azotó la cólera del diluvio y arreció la lluvia con mayor virulencia. En pocos minutos el río se desbordó y como consecuencia la única carretera de acceso a las colinas fue tragada por el agua. Descargaron los relámpagos sobre la ciudad y se produjo un apagón que la dejó oscurecida por el alcance de un rayo.  
     Ajena a los avatares, bajo el ruido de fondo de la lluvia golpeando los grandes ventanales de la mansión y rodeada por un santuario de velas, en una atmósfera de sombras proyectadas sobre las paredes, los intensos dolores la postraron en el primer escalón de la gran escalinata principal. Estaba inmóvil, con medio cuerpo sustentado en frío mármol y los codos apoyados en el peldaño que seguía. Los sudores ya empapaban el blusón y las fuertes contracciones era ya tan insoportable que sentía la cadera anestesiada. Trataba de mantener la calma, repitiéndose los consejos del doctor.
     Su asistenta, de nombre Mercedes, andaba de un lado al otro lamentándose entre cuitas de desespero; enfrentada a la interpretación de un papel para el que se suponía preparada. Pero una vez llegada la hora veía su realidad agrandada y consustancial a ello menguada la confianza. Tomando consciencia al saberse carente de experiencia, apenas pudo contener los nervios; sobrepasada por la situación, por la oscuridad, asustada a cada rayo caído. Al tiempo iba y venía por las bajas estancias de la mansión, sin orden de búsqueda aparente. Lo cual desesperaba aún más a Alexandra.
     ¡Señora, qué desconsuelo! No logro encontrar toallas.
     Vaya a mi dormitorio y traiga sábanas o lo que vea a bien, ¡pero hágalo rápido, por el amor de Dios!
     Subió los interminables escalones de la gran escalinata que llevaba a las habitaciones superiores a la velocidad que marcaron los sollozos de la señora, que inmersa en dolor, a cada poco liberaba grito desgarrado.
     ¡Dese prisa! –se oyó clamar.
     Y como si la voz la trajese, de inmediato, regresaron los ecos del zapateo despavorido de su asistenta.
     Llevaba en brazos sábanas, colchas y dos cojines que mas que deshacer arrancó de la cama.
     Dispuso todo aquello en el rellano, extendido sobre el gran rosetón dibujado en el mármol. Fue al office de la cocina y regresó con un barreño lleno de agua templada, gasas y unas tijeras en el bolsillo del uniforme, que fueron los preparos encontrados, para luego ayudar a la Sra. De Hermes a incorporarse, y ofreció su hombro como apoyo, hasta trasladarla a la zona de parto improvisada.
     Alexandra se tumbó, se colocó los dos cojines entre nuca y espalda, ligeramente reclinada hacia delante, adoptando la posición de parto. Flexionó las piernas y las apartó. Fue cuando Mercedes que debió haberse buscado las fuerzas en los adentros, donde surgen las voces del arresto a los que en estado de pánico al fin logra vencer sus propios miedos se dejó llevar por los demonios de la insolencia.
     ¡Empuje fuerte señora! dijo voz en grito.
     Y fue oír tal arrebato en la afligida sirvienta que a Alexandra se le multiplicaron las fuerzas, retada a no parecer más débil que quien hace poco así se mostraba, y no dejó de empujar desde la barriga a cada contracción.
     Mercedes comprobó que la cabeza del neonato ya comenzaba a salir y, emocionada, gritó enloquecida:
     ¡Aquí viene, aquí viene! ¡No pare ahora! ¡Un esfuerzo más señora!
     Alexandra resopló, sin dejar de contraer su vientre, y volvió a empujar exhausta. Tal esfuerzo trajo pronta recompensa a tanto suplicio: instantes después escuchó a su hijo, un varón llorón, respondiendo a la palmada de la vida.
    Aún estaba Mercedes limpiando al bebé cuando de súbito a Alexandra le vinieron más contracciones, y sin saber ni cómo ni por qué gestaba dos fetos en lugar de uno, y habida cuenta que en esos momentos poco tiempo hay para mascullar la sorpresa, se buscó las fuerzas donde no había y en un acto de mudo estoicismo puso el empeño en ayudar a salir al segundo.
     No tardó más que el primero, pero una vez fuera, y desligado del cordón umbilical, parecía no respirar.
    En un ambiente de tensa calma, se vivieron minutos de tragedia, seguidos de otros de zozobra maternal, en los que Alexandra trató de devolverle la vida a través de bruscos zarandeos a un bebé que nunca la tuvo. Nada se podía hacer.
     Sumergida en el nudo emocional, tiró de ella el resorte del instinto primario, y colocando al neonato muerto junto a su rostro, quiso olerlo y a cada inhalación del aroma de su bebé acompañó un suspiro; por su nariz se filtró el olor que solo una madre es capaz de distinguir entre las partículas químicas del agua clorada, del jabón y de los restos de placenta que aún lo recubría.
     Entró la joven Alexandra en un trance que la mantuvo minutos con ojos llorosos y mirada perdida; flotaba en un mundo paralelo que debía encontrarse a distancia desconocida, en el limbo del pensamiento.
     Debió alguna fuerza interior decidir por ella, pues regresó de ese pensamiento infinito y se dirigió a la asistenta con frías palabras y gélida expresión:    
     Llévese al bebé sin vida lejos de mí y entiérrelo. Nadie debe saber que han nacido gemelos.
     Y sin dar tiempo a que la conciencia urdiese desafío moral que pudiese interponerse, solicitó con energía:
     —Júremelo ante Dios.
     Mercedes se santiguó y dijo embriagada de visión:
     El Señor así lo ha querido…
     E inmediatamente envolvió al bebé muerto en una sábana, que anudó con delicadeza a tres nudos.
     Ataviada con traje impermeable, se dirigió al caserón de las herramientas y sacó de él un pico y una pala que juntó en una mano, asiendo con la otra al bebé envuelto. Rechoncha y bajita, Mercedes tenía la fuerza y determinación del mulo, y en su mente cristiana se encontró la obligación de acabar aquello, pues creyó que Dios, a través de la señora, le había ordenado consumar acto divino.





El primer tomo de esta trilogía se va a publicar previsiblemente entre octubre y noviembre de 2012.




NOTA ACLARATORIA



   Este blog se abre con la intención de mostrar la trilogía. Por tanto, lo que aquí se te muestra es una mera presentación, y requerirá del correspondiente proceso de corrección: tipográfico, ortográfico e incluso de contextualización, pudiendo suceder que algún párrafo, e incluso página entera, aparezca más desarrollada y con estilo diferente según el proceso se acerque a su final: la publicación. 

Gracias por interesarte en este escritor.